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La alegría de estar entre amigos

Yo tenía tres amigos.
Uno me regalaba plata. Era un buen amigo.
El otro una vez me puso la mano sobre la mano y me dijo:
«Si te matan, yo me haré matar por vos.»
«¿Por vos o con vos?», le dije.
«Con vos.», y no mentía.
El tercer amigo cuando iba a verlo se ponía alegre.
Yo también me ponía alegre. Y estábamos alegres todo el tiempo.
Era mi mejor amigo.

Leonardo Castellani – Camperas

Hace unos días me crucé con esta cita de Leonardo Castellani en un posteo de una persona conocida en redes, y no he podido dejar de reflexionar acerca de la amistad desde entonces. Mi primer instinto fue compartirla con mi mejor amigo, ya que me pareció que evocaba un sentimiento hermoso, pero luego de eso, sentí una gran necesidad de profundizar en esto.

Los que me siguen hace mucho saben que la amistad es uno de esos grandes misterios que me fascinan; de hecho, los que están aquí desde el comienzo del blog quizás se habrán dado cuenta ya que este sería el tercer julio en el que publico un artículo con esta temática. Las personas que me conocen en mi vida son más conscientes aún de esta fascinación. ¡Qué concepto tan hermoso es el de la amistad! ¡Qué palabra tan complicada de definir sino es con sentimientos, emociones y metáforas! ¡Qué conexión tan fuerte y preciosa que se siente con los verdaderos amigos!

Yo tenía tres amigos. Uno me regalaba plata. Era un buen amigo.

Todos tenemos esos amigos con los que se pueden contar siempre. Esos que uno sabe que si se encuentra en un aprieto, y lo habla, están ahí para darnos una mano. Son buenos amigos. A veces no se ven seguido, las conversaciones son cortas, y distantes en el tiempo, pero la conexión es clara. Hay muchas personas en mi vida así. Personas que me ayudaron con trámites complejos desde la bondad de su corazón, que aparecieron con un regalo de cumpleaños, que me hablaron en un momento de necesidad para dar una mano, que compraron lo que ofrecía, si tan solo para colaborar. Quizás no conocen cuál es mi comida favorita, quizás no saben cuántos años tengo ni qué carrera estoy estudiando. Quizás yo tampoco sé en dónde trabajan ellos ni cuántos hijos tienen, pero si algún día me necesitaran, no tendría problema de darles lo que tenga para ayudarlos, porque son mis amigos.

El otro una vez me puso la mano sobre mi mano y me dijo: «Si te matan, yo me haré matar por vos.» «¿Por vos o con vos?», le dije. «Con vos.», y no mentía.

¡Ah, la valerosa fidelidad de un amigo! ¿Cuántos podemos decir que daríamos hasta la vida por un ser querido, con el que no compartimos la sangre? Yo sé que no dudaría un segundo en luchar por muchas personas que tengo en mi vida. Actualmente puedo decir que sé que hay personas a las que podría confiar mi vida sin pensarlo dos veces. ¡Qué hermosa seguridad! Hoy en día recibo frases de mis amigos, cómo esta, tan seguido que me dan ganas de viajar por el tiempo y decirle a una yo más joven: ¡se pudo, se pudo!

Un «te amo» de una amiga es tan mágico, que no puedo describirlo en palabras. Contarle a alguien un problema y que inmediatamente ponga «manos a la obra» en resolverlo, es increíble. Decirle a una amiga, «hoy me siento mal» y recibir un audio de diez minutos de aliento, no tiene precio.

Uno de mis mejores amigos me dice incansablemente: «si caemos, caemos juntos y nos levantamos juntos y nos llevamos el mundo por delante juntos.» Aún sabiendo que vivimos lejos el uno del otro, que no nos vemos, que tenemos que tomar un avión para visitarnos, que es altamente improbable que algún día llegue el momento tan extremo de dar la vida el uno por el otro, aún así, su apoyo es real. El apoyo de un amigo es invaluable. Claro que no se hizo matar por mí, pero una vez sintió que yo estaba mal y se quedó charlando conmigo hasta la madrugada para que me sienta acompañada un día de semana, y eso vale casi lo mismo.

El tercer amigo cuando iba a verlo se ponía alegre. Yo también me ponía alegre. Y estábamos alegres todo el tiempo. Era mi mejor amigo.

Esta es la mejor parte de tener un amigo. La alegría de ser y estar con el otro.

Por lo menos en mi experiencia, hay pocas personas en la vida con la que simplemente se puede conectar, y ser. Solo ser, y que ser sea suficiente.

Cuando era más chica, me preocupaba mucho por encajar. Sabía que era distinta, incluso cuando no sabía aún por qué. A veces imitaba ciertas cosas, ciertas posturas, averiguaba sobre intereses comunes –aunque no fueran los míos– para poder «fingir mejor» y no sentir rechazo. Esto perduró hasta «no tan chica»; hace unos años, aún me costaba mucho estar cómoda con simplemente ser yo misma con las personas y no imitar una versión «aceptable» de lo que «debería» ser.

Encontrar a alguien que me quiera así tal cual soy, con mis principios, con mis falencias, con mis rarezas, con el que puedo contar siempre tanto como puede contar conmigo, ha sido una experiencia única. Saber que alguien se alegra de verme casi tanto como yo me alegro de verlo.

Si hoy tengo que pensar en los mejores momentos con un amigo, se me vienen a la mente ratos en los que simplemente estamos. Momentos en un picnic en medio del verde, recoger piedritas y flores, sentarse con una pipa y hablar de lo que venga en mente, alejados del ruido, compartir unos tragos con música por detrás y reírnos de cualquier cosa, estar sentados en el living hablando de extraterrestres, compartir un helado mirando resúmenes de series mientras nos reímos del poco sentido que tienen, comentar películas y ver televisión juntos. Momentos pequeños, simples, donde su hermosura viene por quien acompaña, no por el momento en sí.

Cuando era chica, no pensé que tendría algún día un grupo de amigos, y mucho menos un mejor amigo. Pero los tengo. Agradezco a Dios por tenerlos.

Gracias a Dios porque puso en mi camino a personas excelentes, que se ponen alegres de verme, y yo me pongo alegre de verlos, y estamos alegres en nuestra compañía.

Gracias a Dios porque no solo me dio una familia que me acompaña en todos mis altibajos, sino que me dio amistades irrompibles, que me apoyan en mis principios, en mis sueños, en mis falencias, con las que puedo simplemente… ser.

Ser sin máscaras.

Ser sin miedos.

Gracias, amigos, por ser conmigo y por estar para mí, en las buenas, en las malas, y en las más o menos.

Amistad. ¡Qué palabra tan hermosa!

La Chica de Sombrero

Encontré a alguien que no me miraba como si estuviera loca, o sí, pero los dos estábamos locos y no nos importaba: nos queríamos, no «a pesar de» estar locos, sino así, locos como estábamos, juntos, y eso… Eso es simplemente mágico.

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